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“El general Elena Garro” en acción: activismo y misoginia. Las tierras de Ahuatepec hace 60 años

Patricia Rosas Lopátegui 
Universidad de Nuevo MexicoEstados Unidos

“El general Elena Garro” en acción: activismo y misoginia. Las tierras de Ahuatepec hace 60 años

Intersecciones en Comunicaciónvol. 1, núm. 112017

Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
 

Recepción: 05 Julio 2017

Aprobación: 24 Octubre 2017

 
 

Introducción

Este 2017 estamos celebrando el activismo social de Elena Garro, se cumplen 60 años de la lucha incansable de la autora de Los recuerdos del porvenir (1963), quien no claudicó hasta lograr que las tierras comunales de Ahuatepec, en el estado de Morelos, México, fueran devueltas a sus dueños orignarios: los campesinos liderados por Enedino Montiel Barona.

Elena Garro nació el 11 de diciembre de 1916 en Puebla. Su infancia transcurrió primero en la capital del país (1916-1923) y después en Iguala, Guerrero (1923-1930). Su padre, José Antonio Garro Melendreras, inmigrante español originario de Infiesto, Asturias, y su madre, Esperanza Navarro Benítez, oriunda de Chihuahua, Chihuahua, instigaron a sus hijos a desarrollar una vida iluminada por la filosofía, la literatura y la creación. Además de ser educada en la cultura occidental, recibió las enseñanzas de la cosmovisión prehispánica; los indígenas que vivieron con ella en su casa de Iguala nutrieron su imaginario. A los trece años sus padres la enviaron a la Ciudad de México con la finalidad de que continuara con sus estu- dios y tuvo que abandonar el “paraíso terrenal” igualteco. Terminó la primaria, la secundaria y la preparatoria en la capital mexicana y en 1936 se afilió a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Sus proyectos comprendían la formación académica, la danza clásica, su desempeño como actriz y coreógrafa en el Teatro Universitario —dirigido en aquel entonces por Julio Bracho— y su disposición para la escritura. Sin embargo, estos intereses se truncaron el 25 de mayo de 1937 al casarse con Octavio Paz. La pareja se había conocido en una fiesta familiar en 1935, cuando Paz estudiaba Leyes en la universidad y Elena cursaba la preparatoria en San Idelfonso. Tres semanas después de haber contraído matrimonio, viajaron a España, en plena Guerra Civil;1 Paz había sido invitado por la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Regresaron a México a principios de 1938.

Una vez reinstalados en su país de origen, Paz no le permitió a su cónyuge continuar con sus estudios universitarios, ni hacer teatro ni volver a la danza. El 12 de diciembre de 1939 nació su única hija, Helena Laura Paz Garro, conocida en el ámbito familiar como La Chata. Las precarias condiciones económicas en que viven los con-

sortes favorecieron a la ex estudiante de filosofía y letras. El salario de su marido era insuficiente quemando billetes viejos en la Comisión Nacional Bancaria y precisaba del ingreso de su esposa. Elena comen- zó a escribir como reportera. Este oficio no opacaba a Octavio Paz ni le creaba competencia, sino que producía dinero. De acuerdo con el material encontrado hasta el momento, la primera vez que el nombre de Elena Garro salió a la luz pública fue en 1941, como colaboradora de la revista Así. En este periodo publicó varias entrevistas y reportajes en la Ciudad de México.2

El 5 de diciembre de 1943 partió rumbo a Berkeley junto con su cónyuge y su hija. Retornó a la capital mexicana en octubre del año siguiente. A mediados de 1945 emigró a Nueva York en donde trabajó como editora y traductora de la revista Hemisferio, publicada por el American Jewish Committee. Después, a principios de 1946, emprendió el viaje hacia Europa siguiendo la carrera diplomática de su marido. Esta vez llegó al París devastado por la Segunda Guerra Mundial. El clan Paz Garro residió en el número 199 de la avenida Víctor Hugo. Elena se relacionó con un sinfín de personalidades de la cultura latinoamericana y europea, pero sólo una de ellas hizo mella en su alma: Adolfo Bioy Casares. Garro y el escritor argentino se co- nocieron en la primavera de 1949 y sostuvieron una relación amorosa que se prolongó por dos décadas. Aunque dicho affair estuvo más bien sellado por la correspondencia, ya que ambos estaban casados (él con Silvina Ocampo).3

El 6 de junio de 1952 abandonó La Ville Lumière con dirección a Japón. Allá la esperaba su cónyuge. La familia permaneció en la nación insular alrededor de cuatro meses. Del Japón destruido por la guerra se desplazó a Suiza, país en el que se instaló a mediados de noviembre de 1952. Residió en Berna alrededor de tres meses. En esta ciudad, Elena fue atendida y se recuperó de una mielitis. Los Paz Garro se mudaron a Ginebra en febrero de 1953. Hacia octubre- noviembre de este año regresaron y se establecieron en México. Octavio y Elena se separaron hacia finales de los años cincuenta.

En abril de 1957, tres meses antes de que se diera a conocer como dramaturga en el cuarto programa de Poesía en Voz Alta, con sus piezas Un hogar sólido, Andarse por las ramas y Los pilares de doña Blanca,4Elena Garro comenzó su epopeya por las tierras de Ahuatepec. Se convirtió en “el general Elena” que soñó ser desde niña. Basta recordar sus juegos infantiles mediante los cuales se transformaba en un general al estilo de Emiliano Zapata, Pancho Villa o Felipe Ángeles, sus héroes. En el siguiente fragmento de “Vamos unidas”, poema de largo aliento, revela cómo las imágenes de los indios crucificados durante la Guerra Cristera (1926-1929) hicieron mella en su imaginario:

El general Elena tomaba las ciudades. (...)

La casa se aleja, un camino estrecho

nos lleva a la Ciudad de México.

Atrás los indios crucificados

están adentro de mis ojos, la estela de su sangre

nos lleva a la Ciudad de México.5

Esos recuerdos dolorosos reviven treinta años después ante los atropellos sufridos por los comuneros de Ahuatepec.

Por otra parte, en el relato “Nuestras vidas son los ríos”6 consigna sus juegos revolucionarios, a pesar de su condición de gachupina, en donde adquiere las dimensiones de un verdadero general mexi- cano que combate a los gobiernos dictatoriales. Si de niña jugó al “general Elena” porque no toleraba las injusticias, de adulta el juego se convirtió en realidad y aparece como “el general Elena Garro” en la tierra del general Emiliano Zapata, para atacar las infamias de los asesinos y unirse a la contienda de los campesinos morelenses. Antes del rescate de los cuatro artículos publicados entre enero y febrero de 1959 en el semanario Presente!, resultaba difícil dilucidar cómo se había involucrado en la lucha por estas tierras. Su activismo estaba envuelto en una capa nebulosa lleno de anécdotas narradas en diversas entrevistas con la escritora, pero siempre a cuentagotas.

Con la recuperación de este material tenemos más información sobre los inicios de su campaña.

En esta crónica nos revela que a finales de 1956, en casa de su cuñado, el pintor Jesús Guerrero Galván, escuchó por primera vez las atrocidades que se venían cometiendo desde 1952 en esa zona poblada por campesinos zapatistas. También descubrimos que su hermana Deva ya estaba implicada en la lucha de los comuneros; que precisamente su hermana mayor, la compañera con quien compartió su gloriosa y aventurera infancia, fue la instigadora para que tomara partido en esta expedición por la justicia.

Como la prensa estaba amordazada por las fuerzas gobiernistas y los periódicos se dedicaban a proteger los intereses de los oligarcas, no pudo escribir reportajes sobre los primeros años de su disputa. La falta de libertad de expresión provocó que el líder agrarista Cristóbal Rojas Romero fundara el semanario Presente!, el 11 de enero de 1959, en la calle Degollado 106, cuya finalidad consistía en crear un espacio libre, sin censura, para delatar los fraudes y los crímenes de banqueros, industriales, caciques y funcionarios.

Presente! se anunciaba como Miembro de la Sociedad Nacional de Periodismo y Escritores Mexicanos, y era un “Órgano popular al servicio de la verdad”. Su lema, en la parte superior derecha de la portada, decía: “¡Tierra y Libertad! ¡Cuál Tierra y Cuál Libertad!”. Este periódico aparecía los domingos (aunque algunos ejemplares de 1964 salieron los sábados), costaba 60 centavos y se tiraban ocho mil ejemplares.

Gracias a estos artículos publicados en Presente! podemos de- ducir que el siguiente registro, sin fecha, recogido en su biografía Testimonios sobre Elena Garro, lo escribió entre 1957 y 1958:

Pozo de agua

Recursos Hidráulicos abandonó el pozo. Legorreta7 buscó agua en el pueblo y no la quiso sacar porque el agua es comunal. Entonces fue a Recursos Hidráulicos, ofreció dinero y siguió trabajando.

Los de Ocotepec quisieron trabajar allí, pero no los dejó, pues dijo que el agua era para Ahuatepec. En la noche un camión recogía... Los veladores desaparecieron... y Legorreta se quedó con las dos partes del pozo... Cortés se quedó con muchas tierras de Santa María. También compró tierras de Ahuatepec.

Dos hombres peones se volaron la mano con fulminantes en Santa María y él... les pagó quinientos pesos por cada mano. “Este hombre está haciendo brutalidades”, dice Rosalía Rosas Duque.8

La activista tenía una columna en el semanario que dirigía Cristóbal Rojas. En el margen derecho de la página cinco aparece, desde el primer número, su sección titulada “Breve historia de Ahuatepec”. Sin embargo, a principios de 1959, sólo logró publi- car cuatro artículos. La censura se impuso y Garro se vio obligada a abandonar México y la lucha de los zapatistas morelenses. En Testimonios sobre Elena Garro se reproduce un texto significativo, fechado el 11 de febrero de 1959, en San Antonio, Texas,9 en donde explica las causas del exilio forzoso que le impusieron la sociedad falocéntrica y la política totalitaria mexicanas.

Recontemos los hechos. Cuando el matrimonio Paz Garro regresó de Europa a México hacia finales de 1953, Garro registró en sus diarios el acoso que sufre por parte del nuevo amigo de su marido, Archibaldo Burns. En los apuntes recogidos en el capítulo 4, de la biografía arriba mencionada, hace patente el patrón creado por Octavio Paz desde los primeros años de casados. Paz incitaba a su cónyuge para que tuviera amantes, a la vez que persuadía a sus amigos para que la cortejaran y acosaran sexualmente. Elena, al tener amantes, le proporcionaba a Octavio el arma perfecta para calumniarla y desacreditarla en el círculo en el que se movían como pareja, a pesar de que Paz llevaba una vida licenciosa con amantes de ambos sexos; pero en la sociedad patriarcal el hombre queda libre de toda culpa y la única marcada y vilipendiada es la mujer. Este modelo establecido por el poeta se repite en los años cincuenta. Anota en sus diarios:

“Octavio va todos los domingos a casa de un nuevo amigo suyo, Archibaldo Burns; me niego a ir” (p. 208); “Archibaldo quería venir, se enfadó” (p. 211); “Archibaldo esperó abajo hasta las nueve. No bajé” (p. 212); “Llegó Archibaldo a las nueve y estábamos acostadas la Chata y yo. Platicó con Octavio un gran rato” (p. 213); “Muy tem- prano habló el Turco. No tomé el telefono” (p. 214); “El Turco habló; dije que no podía verlo” (p. 215); “A. Burns me sigue, no entiende” (p. 224).10

Garro inicia un affair con Burns entre 1956-1957, el cual se transforma en un infierno. Esta relación se complica por la bisexua- lidad de Burns, y por el hecho de que ella estaba casada con uno de los hombres más importantes de la vida cultural del país. Este vínculo, lleno de escándalos públicos, la expulsa de una comunidad hipócrita y machista, que siempre castiga a la mujer y glorifica al hombre, aunque éste haya iniciado las manipulaciones, los engaños y las traiciones. Para Nawal al-Sa’dawi uno de los atributos creados por la supremacía masculina para descalificar a la mujer, consiste en relacionar lo femenino “con el demonio y los malos espíritus. Se trata de una creencia que se remonta hasta Eva, cómplice de Satán e instrumento de sus maquinaciones”.11 Por eso, en pleno siglo XXI, Octavio Paz y Archibaldo Burns aparecen como mártires de la “figura diabólica de Elena Garro”, cuando en realidad Paz y Burns son sus verdugos y ella su víctima.

Y Elena, ¿acaso podía permanecer al margen de estas manipula- ciones emocionales? La periodista y escritora no pudo escapar de este engranaje cultural opresivo y participó con acciones que develaban su rebeldía en contra de la hipocresía de los varones. Curiosamente, en un fragmento de carta, Garro reinvierte los valores y describe a su marido con la propiedad negativa: “No quiero decir que yo sea angelical, pero sé que hay ciertas virtudes (tal vez escribir) que el demonio de Paz ha querido destruir a machetazos, con trampas, con tramas siniestras, con anatemas, con crímenes, con calumnias, etcétera”.12

A principios de 1959, la doble moral de la sociedad puritana mexicana encontró, una vez más, el motivo exacto para eliminar a una figura que incomodaba a su esposo y a los demás intelectuales, porque Elena Garro era excepcional y los eclipsaba, sobre todo por ser una mujer erudita cuya arma fue su palabra transformadora; el cúmulo de cuentos, novelas y obras teatrales muy superior al de sus mezquinos detractores lo atestigua.

Por otro lado, su lucha social en defensa de los campesinos igualmente contribuyó a su ostracismo. En enero de 1959 gana las tierras comunales para su amigo Enedino Montiel Barona en un juicio. Entonces, “la ruptura” entre Paz y Garro (Paz se “indigna” por su affair con Burns y anuncia el divorcio desde 1956)13 no sólo se da porque la periodista reta a la sociedad misógina, también porque mientras en ella se agudiza el activismo por los desheredados, Octavio Paz empieza a vincularse con el gobierno de Adolfo López Mateos (1958-1964). La fisura es cada vez más grande: Paz siempre en los linderos de la vida oficial; Garro cada vez más antiinstitucional. La insurrecta no pudo seguir defendiendo a los campesinos despojados de sus ejidos, ni con sus acciones ni con su pluma. En febrero de 1959 fue forzada a salir de México, abandonando la lucha de sus amigos, los olvidados del régimen posrevolucionario.

Presente!

Desde la columna de Presente!, y liberada de la censura que le imponían los demás periódicos y revistas, Elena Garro asumió el papel de cronista y recapitula, a principios de 1959 —dos años después de haber iniciado la gesta por Ahuatepec—, los preludios de esta guerra contra titanes. En estas notas narra cómo se enteró de los sucesos; la visita de Enedino y sus acompañantes en su casa

de la Ciudad de México; los intentos infructuosos por denunciar en la prensa los despojos y crímenes de los potentados; en fin, el comienzo de una lucha desigual y despiadada.

En esas cuatro crónicas sobresale su talento para narrar historias. Garro no nos permite olvidar que no sólo es una luchadora social, sino también una escritora notable y una intelectual comprometida. Resalta su estilo irónico, arma que la caracteriza al atacar los pro- blemas desde la raíz. Como si tuviera un escalpelo en las manos, su mirada crítica recorre y analiza, sin temor, los males que continúan destruyendo a los primeros pobladores americanos: los indígenas.

En los artículos se presenta como una mujer ingenua, un tanto banal, desconocedora de la realidad de su país. Efectivamente, había vivido ocho años fuera de México, a diferencia de su hermana Deva, quien radicaba en Cuernavaca muy cerca de los abusos cometidos por los terratenientes.

El lector avezado sabe que Elena Garro juega. Es la mujer que acababa de escribir, entre 1951 y 1953, Los recuerdos del porvenir, novela donde disecciona la traición a los ideales revolucionarios, criti- cando las insidias de la oligarquía colonialista, civil y eclesiástica que asesina a los campesinos; es la intelectual que, en 1954, se había impuesto la tarea de rescatar a Felipe Ángeles, con el propósito de desenmascarar a los generales sin escrúpulos que utilizaron la lucha del pueblo como trampolín para enriquecerse. Esa mujer no podía ser la figura cándida retratada en estas crónicas, incrédula de los crímenes y la brutalidad perpetrada por matones a sueldo en contra de los campesinos de Ahuatepec.

Con suspicacia, la reportera crea dos niveles de realidad. Uno, en el margen de lo real o creíble; y el otro, en la esfera de lo ima- ginario o lo increíble. A partir de esta doble realidad o doble moral, juega a creer, como lo hacen los acaudalados, a que ella vive en un país justo e igualitario, pues México ya tuvo su Revolución hecha y ganada por los desposeídos. Por lo tanto, las historias bárbaras y sangrientas que le narran Enedino, Antonia y Rosalía no pueden ser verídicas; estas anécdotas salvajes, como proclaman los poderosos, son imaginaciones de los indios. Garro construye hábilmente este juego de la doble realidad o del doble estándar para desnudar a los simuladores. Logra su objetivo al demostrar que lo aparentemente increíble —los actos sanguinarios efectuados por los millonarios— es la verdadera realidad que priva en naciones como México, amorda- zadas por el totalitarismo y la pistola.

La analista hace visible lo que la élite pretende volver invisible: corporifica el sistema colonialista que esclaviza a los indígenas, y nos hace palpar las lacras del sistema social mexicano carente de justicia. De manera perspicaz revela el doble estándar que existe entre los discursos y los hechos; esto es, que la tierra, la libertad y la tolerancia sólo existen en los panegíricos de los políticos demagogos y en el imaginario de los caciques todopoderosos, ya que en la reali- dad los funcionarios y los terratenientes asesinan a los campesinos para apropiarse de sus tierras. Al invertir las normas convencionales, Garro comprueba que lo increíble —el crimen verdadero— es lo real. Recordemos su célebre frase: “Lo terrible es, lo descubrí en ese instante, que todo lo increíble es verdadero" 14

Establece un diálogo intertextual entre estos cuatro artículos publicados en Presente! y los relatos que surgieron directamente de sus experiencias como luchadora social y reportera. Registra las injusticias de esta época en “El anillo”, “El árbol”,15 “La culpa es de los tlaxcaltecas” (La semana de colores) e “Invitación al campo” (El accidente y otros cuentos inéditos).

En “El anillo” menciona concretamente los despojos y los abusos criminales de Agustín Legorreta:

Así somos los pobres, ni quién nos mire y todos nos pasan por encima. Ya usted mismo lo vio, señor, cuando mata- ron a mi hijito el mayor para quitarnos las tierras. ¿Qué pasó? Que el asesino Legorreta se hizo un palacio sobre mi terreno y ahora tiene sus reclinatorios de seda blanca en la iglesia del pueblo y los domingos cuando viene desde México la llena con sus pistoleros y sus familiares, y nosotros los descalzos mejor no entramos para no ver tanto desacato.16

Este cuento está inspirado en los acontecimientos reales que publicó en Presente!, el 1o de febrero de 1959. En su crónica, la periodista transcribe la tragedia de Rosalía Rosas Duque, la madre ficcionalizada en “El anillo”, cuyo hijo fue asesinado a sangre fría por los hombres del banquero Legorreta:

—¿Cómo se llamaba el joven asesinado? —pregunté.

—Mauro Ocampo Rosas —contestó Rosalía. (...)

—¿Cómo saben que es Agustín Legorreta?

—Porque fue el primero en presentarse en el pueblo.

—(...) Seguro el lugar les gustó para hacer casas de lujo. Ahora ya hicieron hasta un tiro de pichón, y Legorreta se construyó una casa muy grande a la que va en compañía de su familia los sábados y los domingos.17

Los sucesos narrados en este texto corresponden a los abusos que empiezan a padecer los comuneros de Ahuatepec en agosto de 1952, hacia finales del sexenio de Miguel Alemán Valdés (1946- 1952) y durante el régimen de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958). Dicha información aparece en estas cuatro crónicas de Presente!, en donde recapitula los hechos referidos por Enedino Montiel, Rosalía Rosas Duque y Antonia Ramírez.

En cambio, “La culpa es de los tlaxcaltecas” lo ubica durante la presidencia de Adolfo López Mateos (1958-1964): “La señora Laurita no contestó; se acarició los labios y sonrió ladina. Entonces el señor volvió a hablar del presidente López Mateos”.18 Mediante esta secuencia, la escritora hace patente el continuum de las in- justicias y la impunidad existentes a lo largo de estos tres periodos presidenciales.

La guerra que le declara a Agustín Legorreta fructifica, aunque sólo de manera efímera. Muchos años después narró en una carta a Gabriela Mora: “¿Recuerdas que te dije que empecé a defender a los campesinos porque me sentí muy pecadora al ver sus pies rajados en mi salón? Los pies eran los de su padre: Enedino Montiel Barona, cuyas tierras gané en enero de 1959 y tuve que salir de México”.19 Julieta Haidar e Hilda Tisoc analizaron el contexto histórico de “La culpa es de los tlaxcaltecas”, y mencionan la expulsión que sufrió la autora recién iniciado el sexenio de Adolfo López Mateos:

En este cuento, Elena Garro reelabora la doble ruptura que conmociona su peripecia vital. En el año de 1959, el presidente López Mateos la envía a Nueva York con el propósito de aislarla del campo político y mantenerla marginada de los problemas indígenas y campesinos, como en el caso de Ahuatepec, comunidad morelense que había sido despojada de sus tierras. La autora defiende la posición del pueblo, lo que la lleva a enfrentarse al caci- quismo priista desde las páginas del semanario Presente! hasta las vísperas de su partida a Nueva York.20

Su columna “Breve historia de Ahuatepec” fue silenciada. Adolfo López Mateos acababa de asumir la presidencia el 1o de diciembre de 1958. Un mes más tarde, Elena gana las tierras de la comunidad para Enedino Montiel mediante un juicio constitucional. Después de esta victoria, no habrá más tolerancia. Las crónicas que publicó en las primeras ediciones de Presente!, antes de que fuera castigada con la expulsión de la vida pública por su conducta “inmoral” y su activismo triunfante, quedaron rezagadas.

En el exilio, cuando se encuentra en Gstaad, Suiza, en el invierno de 1960-1961, retoma Los recuerdos del porvenir con el propósito de concluir la saga de los Moncada, los protagonistas en esta novela; allá le llegó la presencia de Enedino y le rindió un homenaje:

Gregoria recordó que cerca de allí vivía Enedino Montiel Barona, el más sabio y el más cortés de mis vecinos. Ahora su choza ya sólo es un montón de piedras y hace ya mucho que murieron sus palomas y que Gregoria dejó a Isabel debajo del pirú para ir a pedirle un socorro. Enedino, como buen pobre, le dio lo que tenía: un atado de tortillas, un poco de sal y un guaje de agua fresca.21

Para recordar la beligerancia de Elena Garro a 60 años de su lucha por las tierras de Ahuatepec, se reproduce la primera crónica.

Presente!

Cuernavaca, Morelos, 11 de enero de 1959, p. 5. Breve historia de Ahuatepec I

Elena Garro

Fue a fines de 1956,22 en Cuernavaca, y en casa de Guerrero Galván, la primera vez que oí hablar del pueblo de Ahuatepec. El licenciado Gómez Arana, miembro del partido PAN y fer- viente católico, estaba ahí de visita contando cómo suceden en México, a menudo, historias inverosímiles; de indios asesinados y perseguidos por las autoridades para despojarlos de su pedazo de tierra. La historia que contaba Gómez Arana era fabulosa. Ahuatepec era una tierra comunal. Un grupo de gentes, conocidas en los círculos industriales, bancarios y gubernamentales, quería posesionarse de esos enormes terrenos próximos a Cuernavaca para convertirlos en fraccionamientos de lujo. Como las autorida- des comunales del pueblo se habían negado a aceptar las ventas de las tierras (ya que éstas son invendibles), los banqueros, los industriales y los funcionarios habían formado una especie de maffia que golpeaba, asesinaba y encarcelaba metódicamente a los campesinos para obligarlos a firmar contratos de venta a precios irrisorios, y luego vender el metro comprado en veinte centavos, a ochenta pesos. La historia me pareció fantástica e

increíble.

—¡No es posible! —dije con la certeza de que aquello que oía eran exageraciones.

—¡La llevo a usted a Ahuatepec, para que oiga y vea que lo que le digo es verdad! —dijo muy serio Gómez Arana.

Su rostro, sus palabras, su manera de decir las cosas, me parecieron de pronto absolutamente verídicas.

—Bueno, y ¿por qué esos campesinos no se dirigen al gobier- no? Debe haber alguna autoridad que se ocupe de eso. Si hay leyes que los amparan, que recurran a ellas. Después de todo, la Revolución fue hecha por campesinos y ganó...

Gómez Arana sonrió.

—Mire, Elena —me dijo—, esos campesinos hace cuatro años que presentan quejas y denuncias ante el Departamento Agrario,23 ante la Presidencia de la República, ante la Cámara de Diputados... ¡nadie los ha oído!... por eso vine a ver a Guerrero Galván; tal vez él los pueda llevar ante el general Lázaro Cárdenas.24 Cárdenas es su última esperanza. Quizás él quiera oír a estos desdichados que están luchando solos, rodeados de asesinos, y en la más absoluta miseria. No se trata de nada subversivo, sino de algo más pequeño, un poco de piedad para estos desvalidos... ¿sabe usted que les incendian las chozas y les destruyen las cosechas?...

Guerrero Galván escuchaba todo esto en silencio.

—No conozco a Cárdenas —dijo por fin.

—Yo no me puedo acercar a él —dijo Gómez Arana— se diría que porque soy del PAN, ando buscando escándalo...

—¡Olivia Zúñiga! —gritó la mujer25 de Guerrero Galván—, ella conoce al general Cárdenas. Y es tan buena y tan humani- taria, seguramente querrá ayudar a los campesinos...

—Es cierto —dijo Gómez Arana—. No había pensado en ella.

—Mañana iré a México a verla —insistió la mujer de Guerrero Galván.

—Yo —dije— no conozco al general Cárdenas, ni veo la manera de ayudar.

Me vine a México esa noche, y no volví a pensar en la historia de Ahuatepec. Unas semanas más tarde, llegó Olivia Zúñiga de visita a mi casa. Venía acompañada de la mujer de Guerrero Galván. Olivia, muy sonrosada, con un traje elegante, y con voz mesurada comentó:

—¡¡Pobrecitos indios!! Ayer acompañé a Deva a sacar a uno de la cárcel de Cuernavaca. ¡Figúrate, lo encerraron porque se quiso oponer a que echaran las conformadoras en su milpa!

—Y, ¿qué pasó con Cárdenas? —pregunté.

—Nada —contestó Olivia—. No he querido verlo, hace ya muchos años que no llevamos amistad.

Olivia tomó un café. Comentó la triste situación de los cam- pesinos y se fue con su amiga.

Es terrible —me dije— que la suerte de un pueblo entero esté al arbitrio de unos ambiciosos y que no se pueda hacer nada por él. Me pareció que Olivia, aunque hubiera interrumpido la enemistad con Cárdenas, debería ir a verlo, si ése era el único medio de ayudar a esos desdichados. Pero la vida en la ciudad lo hace a uno olvidarse de todo y volví a olvidar la historia de Ahuatepec.

(Continua

Sin duda alguna, el activismo social y el trabajo periodístico de Elena Garro abrió camino a los luchadores sociales que hoy, en pleno siglo XXI, siguen enfrentándose a la avaricia de los oligarcas. La escritora y dramaturga tuvo que pagar una alta factura por haber confrontado la autocracia del sistema político mexicano. Esperemos que algún día se le reconozcan cabalmente su valentía y sus contri- buciones en pro de la justicia y la igualdad genérica. 

Referencias

Al-Sa’dawi, N. 2001 La cara desnuda de la mujer árabe, horas y Horas la editorial, España.

Referencias

Garro, E. 1958 Un hogar sólido y otras piezas en un acto, Xalapa, Universidad Veracruzana, México.

Referencias

Garro. E 1963. Los recuerdos del porvenir, Editorial Joaquín Mortiz, México.

Referencias

Garro. E. 1979. Felipe Ángeles, Universidad Nacional Autónoma de México, México

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Garro E. 1989. La semana de colores, Editorial Grijalbo, México.

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Garro. E. 1992. Memorias de España 1937, Editorial Siglo XXI, México

Referencias

Garro, E. 1997. El accidente y otros cuentos inéditos, Editorial Seix Barral, México

Referencias

garro. E. 2016. Cristales de tiempo. Poemas inéditos, Edición, estudio prelimi- nar y notas de Patricia Rosas Lopátegui, Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León, México

Referencias

Haidar, J. y H. Tisoc 1993 “El discurso de la identidad en la narrativa andina y mesoamericana”, Boletín de Antropología Americana, núm. 28, Pan American Institute of Geography and History, OEA.

Referencias

Landeros, C. 2007 “En las garras de las dos Elenas”, en Yo, Elena Garro, Lumen, Random House Mondadori, México.

Referencias

Mora, G. 2007 Elena Garro: Correspondencia con Gabriela Mora (1974-1980), Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México.

Referencias

Rosas Lopátegui, P. 2002 Testimonios sobre Elena Garro. Biografía exclusiva y autorizada de Elena Garro, Monterrey, Ediciones Castillo, México.

Referencias

Rosas Lopategui P. 2014. El asesinato de Elena Garro. Periodismo a través de una perspectiva biográfica, 2a. edición aumentada, Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León, México.

Notas

1 Elena Garro narró esta experiencia en Memorias de España 1937.
2 Entrevistas, artículos, crónicas y reportajes de Elena Garro recopilados por Patricia Rosas Lopátegui, en El asesinato de Elena Garro.
3 Véanse los diarios de la autora, en Rosas Lopátegui, Patricia, Testimonios sobre Elena Garro.
4 Garro, Elena, Un hogar sólido y otras piezas en un acto.
5 Garro, Elena, Cristales de tiempo. Poemas inéditos, p. 187.
6 Garro, Elena, “Nuestras vidas son los ríos”, La semana de colores.
7 Se refiere a Agustín Legorreta, quien en ese periodo era uno de los empresarios más poderosos del país como gerente del Banco Nacional de México y Presidente de la Asociación Nacional Bancaria.
8 Rosas Lopátegui, Patricia, Testimonios sobre Elena Garro, p. 225
9 Ibid., pp. 233-237.
10 Ibid.
11 Al-Sa’dawi, Nawal, La cara desnuda de la mujer árabe, p. 200
12 Garro, Elena, “Carta. 1 de marzo de 1976”, en Gabriela Mora, p. 193
13 De acuerdo con Elena Garro la disolución legal nunca se llevó a cabo; su marido tramitó un supuesto divorcio en Ciudad Juárez, en junio de 1959, y fijó la pensión: “Echeverría declara esos divorcios ilegales, pero él se ríe de Echeverría y se ríe de todo el mundo. Si estábamos casados en sociedad de bienes, en cualquier sociedad del mundo, donde no prive una especie de totalitarismo, yo tendría derechos” (Landeros, Carlos, “En las garras de las dos Elenas”, p. 107).
14 Garro, Elena, “La culpa es de los tlaxcaltecas”, La semana de colores, p. 12.
15 Elena Garro me comentó que “El árbol” estaba basado en la vida de Antonia Ramírez (esposa de Enedino Montiel). (Verano de 1997). De acuerdo con Helena Paz, se trataba de la vida de otra mujer del pueblo, conocida de Antonia Ramírez y que esta última le había narrado la historia a su mamá. (Marzo de 2006).
16 Garro, Elena, “El anillo”, La semana de colores, p. 164.
17 Garro, Elena, “Breve Historia de Ahuatepec III”, en El asesinato de Elena Garro, p. 167.
18 Garro, Elena, “La culpa es de los tlaxcaltecas”, p. 16.
19 Garro, Elena, “Carta. Madrid, 13 de marzo de 1975”, en Gabriela Mora, p. 127.
20 Haidar, Julieta y Hilda Tisoc, “El discurso de la identidad en la narrativa andina y mesoamericana”, p. 28.
21 Garro, Elena, Los recuerdos del porvenir, pp. 292-293
22 Los atropellos en contra de los campesinos de Ahuatepec comenzaron desde 1952.
23 El Departamento Agrario fue creado en 1934 y estaba adscrito a la entonces Secretaría de Agricultura y Fomento. Al agregarse funciones al Departamento en 1958, cambió su nombre por el de Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización (DAAC). En 1974, la reforma administrativa del Estado trajo consigo la creación de la Secretaría de la Reforma Agraria en sustitución de dicho Departamento.
24 El general Lázaro Cárdenas del Río fue Presidente de México (1934- 1940). Durante su gobierno llevó a cabo la Reforma Agraria, planeada ori- ginalmente por Emiliano Zapata. Este reparto es considerado el más grande del siglo en la historia de México. El objeto del reparto agrario buscaba no sólo la satisfacción de una demanda popular plasmada en la Constitución de 1917, sino la formación de pequeñas unidades productivas con capacidad de autosuficiencia alimentaria.
25 Su hermana Deva Garro Navarro, casada con el artista Jesús Guerrero Galván.

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