Artículos
Del periodismo interpretativo e innovador de los años sesenta y setenta al periodismo de resistencia frente a la dictadura militar (1976-1983)
From interpretative and innovative journalism of the 1960s and 1970s to resistance journalism during the military dictatorship (1976-1983)
Intersecciones en Comunicación
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Argentina
ISSN-e: 2250-4184
Periodicidad: Semestral
vol. 2, núm. 18, 2024
Recepción: 29 mayo 2024
Aprobación: 18 agosto 2024
Resumen: El artículo se propone reconstruir las reconfiguraciones que sufrió el periodismo político entre las décadas de 1960 y 1970, enfocándose en los roles del oficio y en los modelos de periodismo que se volvieron legítimos a lo largo del período analizado. Para ello, se concentra, en primer lugar, en la emergencia de un periodismo analítico, interpretativo y comprometido vinculado a la corriente del “nuevo periodismo”, que encontró en la revista político-intelectual Primera Plana, en el diario La Opinión y en la figura de Rodolfo Walsh sus expresiones más representativas. En segundo lugar, indaga la manera este proyecto de innovación fue clausurado por la censura de la última dictadura militar. Se analiza cómo desde el exilio o desde el ostracismo –de aquellos que se quedaron en el país– se configuró un periodismo de resistencia y de denuncia del terrorismo de Estado. En términos metodológicos, la investigación se centra en una estrategia de indagación cualitativa centrada en las principales instituciones y actores periodísticos que conformaron aquellas formaciones intelectuales y las redes de difusión durante la dictadura.
Palabras clave: Nuevo periodismo Medios y política. Censura. Periodismo de resistencia.
Abstract: The article aims to reconstruct the reconfigurations that political journalism underwent between the 1960s and 1970s, focusing on the roles of the profession and the journalism models that became legitimate throughout the analyzed period. To achieve this, it first concentrates on the emergence of analytical, interpretive, and committed journalism associated with the "new journalism" movement, which found its most representative expressions in the political-intellectual magazine Primera Plana, the newspaper La Opinión, and the figure of Rodolfo Walsh. Secondly, it explores how this innovative project was shut down by the censorship of the last military dictatorship. The analysis examines how a journalism of resistance and denunciation of state terrorism was configured from exile or ostracism—by those who remained in the country. Methodologically, the research focuses on a qualitative inquiry strategy centered on the main journalistic institutions and actors that formed those intellectual formations and dissemination networks during the dictatorship.
Keywords: New journalism Media and politics. Censorship. Journalism of resistance.
Introducción
En un escenario signado por la modernización cultural, durante los sesenta y principios de los setenta, un conjunto de publicaciones se propusieron renovar un periodismo al que consideraban anquilosado e incapaz de responder a las necesidades de un nuevo público conformado por capas medias en ascenso. Entre las expresiones de esta contracorriente periodística, se encontraban los semanarios políticos Primera Plana (1962-1973), Panorama (1963-1975), Confirmado (1965-1973), Análisis (1966-1973), Crisis (1973-1976) y el diario La Opinión (1971-1977). El público al que apuntaban, emparentado con la industrialización y la expansión de la matrícula universitaria –propiciadas primero por el peronismo y luego por el desarrollismo[1]–, no sólo estaba ávido de consumos y referencias culturales, sino que también pretendía participar y hacerse de herramientas para comprender el escenario político y formar su “propia opinión” (Alvarado y Rocco-Cuzzi, 1984, p. 28).
A grandes rasgos, la innovación principal de estas publicaciones fue brindar esa buscada orientación cultural y política a través de un periodismo analítico que cuestionaba el paradigma de la objetividad, del modelo anglosajón clásico (Esser y Umbricht, 2014; McNair, 2000; Schudson, 1995; Tuchman, 1972), como valor último de la producción de las noticias. La subjetivización de la mirada periodística se traducía en la presencia en aquellas redacciones de grandes plumas, cuyo principal capital era su prosa y su capacidad argumentativa. Con estrechos vínculos con el campo literario o político-intelectual, estos periodistas constituían una especie de élite profesional legitimada por sus consagraciones culturales o políticas. Si bien de esta tendencia formaron parte un diverso conjunto de publicaciones, el semanario Primera Plana y el diario La Opinión, ambos creados y dirigidos por Jacobo Timerman, se destacaron por su impacto en el ámbito profesional y cultural (Mazzei, 1997; Bernetti, 1995, 1997; Ramírez, 1999), al punto de convertirse, durante los ochenta, en los hitos de una época dorada del periodismo (Ruíz, 2001). A lo largo de estos años, Rodolfo Walsh se convirtió en una figura paradigmática de este modelo de periodismo emparentándolo con el compromiso y la militancia.
Desde la sociología del periodismo, el articulo analiza estos procesos concentrándose en una dimensión escasamente explorada referida a los roles profesionales y a los modelos de periodismo que propusieron estas publicaciones y la figura de Walsh. Con ello, busca atender a las constantes reconfiguraciones deontológicas de un campo periodístico de fronteras difusas, que mantiene estrechas relaciones con el campo cultural y el campo político. Para ello indaga en la manera en que se configuró un modelo de periodismo analítico, interpretativo y comprometido que retomó la tradición del “nuevo periodismo”. Y, luego, cómo debido a las transformaciones del escenario político signadas por la intensificación de la lucha política y por la censura de la última dictadura, este modelo de periodismo se transfiguró en lo que denominamos un “periodismo de resistencia”.
En términos teórico-metodológicos, la investigación se centra en una estrategia de indagación cualitativa centrada en las principales instituciones mediáticas y en la reconstrucción de la trayectoria profesional de uno de los periodistas paradigmáticos que conformó aquellas formaciones intelectuales y las redes de difusión durante la dictadura. El corpus de fuentes se conforma de archivos de prensa y de entrevistas semiestructuradas. Como resultado, la indagación busca echar luz sobre el tipo de estrategias desplegadas por periodistas políticos para responder, en primer lugar, a las renovaciones culturales y político-intelectuales nacionales e internacionales de los años sesenta y noventa y, en segundo lugar, a las restricciones culturales impuestas por la última dictadura en el escenario de los autoritarismos latinoamericanos.
Marco teórico y conceptual: roles y modelos de periodismo
Si bien tanto las publicaciones Primera Planta y La Opinión cómo la trayectoria de Rodolfo Walsh han merecido la atención de distintos investigadores (Acosta, 2015; Alvarado y Rocco-Cuzzi, 1984; Bernetti, 1995, 1997; García Lupo, 2000; Lafforgue, 2000; Mazzei, 1997; Mochkofsky, 2012; Ramírez, 1999, Ruiz, 2001; Ulanovsky et. al, 2007), en este artículo nos proponemos atender a una faceta poco explorada atenta a las transformaciones que sufrieron los roles del oficio y los modelos de periodismo a lo largo del período analizado. En efecto, una de las formas de atender a los roles que estos periodistas desarrollan en diferentes espacios geográficos y momentos históricos en el mundo occidental refiere a los modelos que asumen como rectores de su oficio. Estos modelos pueden concebirse, siguiendo a Neveu (2002), como “formas institucionalizadas de la práctica del periodismo político, tributarias de sistemas de interdependencia entre periodistas políticos, fuentes, empresas de prensa, los lectores y otros actores de la comunicación política”. Los modelos, que tienden en términos ideales a asociarse con las figuras del periodista comprometido o militante y el periodista independiente, constituyen cosmovisiones sobre los roles legítimos que pueden ejercer, las normas que rigen sus prácticas y los criterios que definen la excelencia profesional. En consecuencia, conforman una suerte de illusio que involucra los supuestos morales que le dan sentido al tipo de juego desarrollado en el campo periodístico. Esta illusio está justamente, por ello, en constante disputa entre los actores que participan de este espacio y que pugnan por imponer cuáles son los cimientos y las reglas especializadas que deben regir en su actividad.
De este modo, uno de los desafíos invariantes del periodismo político deriva de una constante tensión entre la independencia y el compromiso frente a otros campos, entre ellos, el literario y el político (Kaciaf, 2010; Lemieux, 2000; Levêque, 2010; Meuret, 2012; Saïtta, 2010). Los modelos arquetípicos, configurados históricamente, a los cuales pueden recurrir los periodistas refieren a dos tipos ideales. Por un lado, se encuentra el periodismo europeo, cuyo principal exponente es el periodismo francés, en el que ha primado el desarrollo de la prensa partidaria y de medios gráficos en los que credenciales literarias y políticas han constituido los principales signos de distinción (Neveu, 2001). Este periodismo ha asumido tardíamente los criterios de profesionalización que han regido desde las primeras décadas del siglo XX en el mundo anglosajón, vinculados al ideario de la independencia (Chalaby, 1996).
Por otro lado, se encuentra el modelo del periodismo estadounidense, que en la historia reciente ha extendido sus criterios profesionales a buena parte de los países occidentales. Este modelo se sustenta en el desarrollo temprano de una prensa comercial orientada a la ampliación de sus lectores. Como muestra Schudson (1978 [1967], 1995) en sus estudios históricos, el periodismo estadounidense ha asumido tempranamente, en particular en el período de entreguerras, el ideal de la objetividad como criterio profesional. Esta norma se convirtió en una ideología profesional y un código moral a través del cual se podían aplicar sanciones a aquellos que no cumplieran con sus designios. El ideal de la objetividad logró ser efectivo y se mantuvo en el tiempo, a lo largo del siglo XX, en tanto se asentó en la coherencia corporativa y en estructuras de control internas por parte de los periodistas.
El modelo de la objetividad determina, entre otras cosas, que las noticias pueden ser validadas por una comunidad profesional y que esta validación depende especialmente de la separación entre noticias y comentarios, y de la independencia frente a fuentes políticas y comunicacionales cada vez más profesionalizadas. A su vez, como señala Tuchman (1972) la norma de la objetividad ha tendido a ser un reparo frente a las tensiones que atraviesa la escritura periodística en las redacciones y a las posibles críticas de los lectores y de los diversos adversarios del periodismo.
Sin embargo, estos modelos han tenido sus excepciones o bien han convivido con desarrollos paralelos de otros modelos de periodismo (Meuret, 2012). Por un lado, en el periodismo anglosajón, desde la década de 1930, se ha desarrollado un periodismo interpretativo, analítico y de opinión, condensado en la figura del columnista (McNair, 2000; Schudson, 1995). Tras la complejidad que adquirieron las relaciones sociales después de la Primera Guerra Mundial y el período de crisis económica abierto en 1930, la interpretación de un mundo que se percibía como caótico comenzó a ser una mercancía valorada por las empresas de prensa para afirmar el aporte de su marca. En ese escenario, el periodista “adquirió una nueva autoridad como intérprete de la vida pública” (Schudson, 1995, p. 49).
Por otro lado, junto con los movimientos políticos y sociales contestatarios de los años sesenta y setenta, en particular tras la Guerra de Vietnam, tuvo lugar un movimiento innovador dentro del periodismo que tendió a señalar como anquilosadas las formas de relato del mundo que había sostenido el periodismo anglosajón. Este movimiento, encolumnado tras el nombre de “nuevo periodismo”, propuesto por Tom Wolfe, sostenía que una relación estrecha entre el relato periodístico y la ficción podría operar en tanto forma de comprensión más profunda de los cambios sociales que vivía la sociedad (Schudson, 1978 [1967]; Neveu, 2014). Con ello, enarboló la figura del periodista-literato como uno de los criterios de excelencia del oficio.
Atento a estas tradiciones, el articulo analiza las formas en que estos modelos fueron recepcionados en el campo periodístico argentino y, sobre todo, cómo la evolución histórica del campo a nivel nacional se conjugó en ciertos momentos con estas tendencias internacionales. En este sentido, cabe remarcar, por una parte, que la tradición del “nuevo periodismo” tuvo un desarrollo temprano en la Argentina (Bernetti, 1995, 1997; Mazzei, 1997; Mochkofsky, 2012; Ruiz, 2001); por otra, que el período de análisis al que nos abocamos está marcado por la tendencia hacia lo que McNair (2000) denomina como momento interpretativo, en el que sobresalen aquellas plumas y columnistas que tienen la capacidad de analizar, evaluar y dictar juicios sobre las problemáticas dominantes en los debates públicos. Para tal análisis, nos centraremos especialmente en los dispositivos, como la inserción de la firma de los columnistas, que retomando estas tradiciones, contribuyeron al proceso de personalización de la palabra y la opinión periodística en los medios de prensa gráfica.
Nos concentraremos en como, en términos de Bourdieu (1995, 2010)[2] frente a un mercado de bienes simbólicos de circulación masiva de la prensa de referencia orientado por el modelo de la obetividad, se desarrolló un mercado de bienes simbólicos cercano al polo intelectual, que innovó y cuestionó las formas legítimas de ejercer el periodismo. En este sentido, seguiremos lo roles y modelos de periodismo propuestos, en primer lugar, por la revista Primera Plana y el diario La Opinión, centrados en la figura de la pluma y en el desarrollo de un periodismo analítico e interpretativo. En segundo lugar, analizaremos como estos presupuestos deontológicos se condensaron en la trayectoria del caso pionero y paradigmático de Rodolfo Walsh, en tanto exponente de una periodismo comprometido y militante. Y, en tercer lugar, atenderemos a cómo las políticas de censura de la última dictadura (1976-1983) y el contexto exiliar dieron lugar al desarrollo de lo que denominamos un “periodismo de resistencia”, que embanderado tras las consignas de los derechos humanos, desarrolló un periodismo orientado a la denuncia a nivel internacional de los crímenes de lesa humanidad perpetrados por el régimen autoritario.
Primera Plana: la renovación del periodismo argentino a través del estilo literario de las plumas
En términos de formato y estilo, Primera Plana se inspiró en el modelo de los newsmagazine estadounidenses de los años treinta, particularmente en el semanario Time fundado en 1923 (Bernetti, 1997). Como afirma Schudson (1978) [1967], en su historia del periodismo estadounidense, la revista Time representó una forma de institucionalización extrema de una nueva visión que cuestionaba el hasta entonces dominante criterio informacional. Una serie de eventos –entre ellos, la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión de 1930– habían debilitado el ideario de progreso de una sociedad democrática de mercado como la de Estados Unidos y la idea de que ésta podía mantenerse al margen de los movimientos que afectaran al sistema mundial. La conciencia de la complejidad del mundo se tradujo en la certeza de que los hechos no hablaban por sí mismos.
Frente a esta subjetivización de los hechos, el periodismo dio varias respuestas: el desarrollo de un relato interpretativo en el que se fusionaban la información y la opinión, la paulatina incursión de las firmas de los periodistas y la institucionalización de la columna de opinión (Schudson, 1978 [1967], pp. 134-169). Henry Luce, uno de los fundadores de Time, expresó esta nueva visión: “Muéstreme un hombre que piense que es objetivo, y yo le mostraré a un hombre que se engaña a sí mismo” (Schudson, 1978 [1967], p. 149). Incluso, según él, los diarios debían borrar la división entre el espacio editorial y las noticias.
Jacobo Timerman tradujo esta visión a las páginas de Primera Plana. En una carta al lector afirmó:
Los iniciados en ciertos secretos del periodismo saben muy bien que aún dentro de la más absoluta objetividad –esto es, la limitación del periodista a exponer hechos y la selección que se haga de los aspectos parciales de cada uno de esos hechos– son suficientes para predeterminar la opinión, la conclusión aparentemente libre que se ha de formar el lector. (Timerman, junio de 1963, Primera Plana, citado en Alvarado y Rocco-Cuzzi, 1984, p. 30)
Por lo tanto, según el director del semanario, la función primordial del periodismo no era la de reflejar la realidad, sino la de construirla a través de una interpretación que contextualizara y les confiriera coherencia a los hechos. En Primera Plana este imperativo se inscribió en un tipo de escritura que, más allá de los hechos, privilegiaba la narración y la ficcionalización del relato, sopesando diferentes interpretaciones en pugna, las cuales le permitían al autor desarrollar determinadas conclusiones. Como observan Alvarado y Rocco-Cuzzi (1984), en las notas de política nacional estas marcas se evidenciaban en sus comienzos novelados:
La apertura digresiva y ficcionalizada que caracteriza al discurso político de Primera Plana plantea un quiebre de la convención tradicional, según la cual las notas periodísticas se estructuran en un orden fijo que responde a las preguntas qué, cómo, cuándo y dónde. (p. 29; cursivas del original)
En línea con el mencionado criterio de subjetivización y el movimiento inaugurado por el “nuevo periodismo”, Primera Plana comenzó a incorporar algunas firmas de sus periodistas, especialmente en las columnas, como modo de individualizarlos y jerarquizarlos como autores de sus producciones. Dadas sus características, no resulta sorprendente que la redacción del semanario estuviera compuesta, en gran parte, por periodistas que también se desempeñaban como escritores en el campo literario e intelectual. A su vez, este prestigio también se expresaba en un modo de trabajo que fue retomado por distintas publicaciones durante los ochenta y noventa, sobre la base de un sistema de colaboración en el que la redacción de los artículos quedaba en manos de las grandes plumas (Baldoni, 2024). Asimismo, al igual que en el diario La Opinión, el reconocimiento social y cultural de estas redacciones se traducía en la retribución económica. Sus periodistas ganaban sueldos considerablemente más altos que la media de sus colegas de aquellos años, y contaban con mayores recursos para desarrollar sus artículos, en especial, las corresponsalías internacionales (Bernetti, 1995, 1997, entrevista de la autora a Roberto García, 20/3/2016).
La Opinión: la incorporación de columnistas con firma y el desarrollo de un periodismo comprometido
El diario La Opinión, fundado en 1972, profundizó aún más el desarrollo de este periodismo de análisis y de opinión, pero con una impronta propia. Su elemento distintivo fue llevar este modelo de periodismo, hasta entonces desarrollado en los semanarios políticos, al ámbito de la prensa de información general diaria. A su vez, a través del protagonismo dado a la figura del columnista, este medio gráfico contribuyó a promover y legitimar el ejercicio de un periodismo políticamente comprometido desde un medio no partidario.
En términos de referencias internacionales, se inspiró en la fórmula de Le Monde. Este diario francés constituía entonces, en los ámbitos intelectuales de Buenos Aires, un modelo de excelencia periodística. Esta apreciación se vinculaba con el lugar dominante que ocupaba este periódico en un campo cultural central (Champagne, 2000) y con aquellos elementos que Padioleau (1985, pp. 92-93) identifica como sus ambiciones fundantes: ser un diario exhaustivo con información seria y de calidad, valorizar el rigor de la escritura y reivindicar la independencia de sus redactores. La Opinión ambicionaba acercarse a estos rasgos y convertirse en el diario de referencia del espacio periodístico nacional, pero a causa restricciones presupuestarias debió adaptarse a un mercado más acotado (Bernetti, 1995; Ruíz, 2001, p. 32; Ulanovsky et. al, 2007). Se propuso, por lo tanto, ser un diario complementario, que no se ocupaba superficialmente de una multiplicidad de noticias sino que trataba en profundidad algunas cuestiones sobre las que su público –un público reducido pero informado e interesado en el destino del país[3]– debía formar su propia opinión.
Dado que apuntaba a ganar a ese público que a través de las revistas buscaba asir el mapa más complejo de la realidad, la redacción de La Opinión se nutrió de muchos de los periodistas que habían formado parte de los semanarios. Esta convocatoria fue realizada por Timerman y Horacio Verbitsky, quien había participado de Confirmado, y ahora ocupaba el cargo de jefe de Redacción en La Opinión.
A diferencia de La Opinión, los principales diarios de circulación nacional de ese entonces practicaban un periodismo anónimo, en el cual el espacio de la opinión se encontraba circunscripto al editorial y vinculado al nombre del diario o, por defecto, al de su fundador o director. Con un editorial diario contaban la mayoría de los periódicos de Buenos Aires: los matutinos Clarín, La Prensa, La Nación, El Mundo, Democracia, y los vespertinos Crítica, La Razón, Noticias Gráficas y Crónica. Entre ellos, sólo La Nación publicaba regularmente una columna política y otra gremial, que salían una vez por semana sin firma. El Mundo también incorporó, hacia fines de los sesenta, una columna de análisis político, pero al igual que sus editoriales, su aparición era intermitente. Junto al editorial, algunos de estos medios tenían una sección de carta de lectores dirigidas al director.
Por consiguiente, la posición de los diarios respecto a las distintas cuestiones en torno a las cuales se organizaba el debate público se expresaba de manera explícita a través de una voz oficial e institucionalizaba que hablaba en su nombre. Si bien la línea editorial de un medio de prensa atraviesa, casi por definición, todos sus artículos y secciones, hasta entonces el editorial era el único espacio autorizado –más allá de las pocas columnas que se publicaban– en el que esa línea podía expresarse como tal: una toma de posición de la que deriva una interpretación y un juicio sobre la realidad. Como muestra Sidicaro (1993) en su estudio sobre el diario La Nación, este género particular era la herramienta privilegiada de los periódicos para dirigirse de forma explícita a su público[4]. En efecto, la sección de carta de lectores mostraba con claridad esta relación directa entre el diario y su público, en la que no mediaban los periodistas.
En el escenario mediático en que se inscribió, el diario La Opinión constituyó una clara excepción que trastocaba las normas entonces vigentes. Como anticipaba con su nombre, las posiciones y los juicios sobre la realidad de la que el diario se ocupaba –a la vez que ayudaba a producir– se expresaban en todas sus páginas. La Opinión no contaba con editorial ni cartas de lectores. Si bien Timerman oficiaba de director e intervenía con sus artículos y columnas, el diario carecía de una voz institucional que lo representara. Esta decisión fue explicada por su director:
No le encontraba sentido a un editorial. Si hacíamos todo un diario, ¿qué más? Ahí estaba todo lo que queríamos decir (…) ¿Qué voy a decir en una editorial si está todo el diario? En mi diario todo expresaba opinión. Un dibujo de Sabat tenía opinión. Ésa era la identidad del diario. (Timerman, citado en Ruiz, 2001, pp. 42-43)
Si La Opinión puede caracterizarse como un diario de posiciones, sus columnistas y sus firmas eran los que representaban y sostenían ese andamiaje. Como señala Ramírez (1999), aunque muchos estudios hayan considerado que los apoyos político-ideológicos de su director al proyecto del entonces presidente Lanusse marcaban la línea política del diario, en las páginas de La Opinión se observan, por el contrario, posiciones contrapuestas representadas por sus distintos columnistas. El protagonismo que también tenían estas posiciones, sostenidas en su mayor parte por periodistas de una generación más joven a la de Timerman y vinculados a distintos sectores radicalizados del peronismo, le permite a Ramírez inferir que se trataba de una redacción heterogénea y con un carácter más horizontal que la de los diarios tradicionales, en la que no había una voz institucional privilegiada sobre las otras (1999, p. 348).
Las disputas internas entre sus columnistas, en las que se traducían los conflictos políticos que signaban aquella coyuntura (Ramírez, 1999), revelan la permeabilidad de este espacio periodístico respecto al campo político. En efecto, a partir de fines de los sesenta y principios de los setenta, la creciente politización social y la intensificación de la lucha política, con la aparición de proyectos revolucionarios, habían trastocado también los espacios culturales. Tanto aquellos ámbitos más institucionalizados, como las universidades, como aquellos más informales como las formaciones intelectuales y artísticas vieron disminuir su autonomía relativa respecto al campo político (Gilman, 2003; Sigal, 1991).
En La Opinión el modelo del periodista comprometido se encarnaba sobre todo en la figura ambigua del columnista, en la cual se complementaban la faceta profesional y política de estos actores. En efecto, para muchos de los periodistas que participaron del diario, éste fue el ámbito que les permitió combinar dos experiencias hasta entonces diferenciadas: la profesional, desarrollada en medios comerciales, y la político-intelectual, desplegada en medios partidarios. Así la innovación de este diario fue que permitió articular dos roles del oficio y modelos de periodismo que hasta entonces se presentaban como antagónicos. Ello lo autorizaba, por tanto, a pretender la legitimad de la que gozaban los grandes diario de referencia como así la de aquellas publicaciones de circulación restringida vinculadas al mundo político e intelectual.
Rodolfo Walsh: ícono del “nuevo periodismo” y del periodismo militante
Varios de los elementos reivindicados por estas corrientes periodísticas se encuentran condensados en la figura de Rodolfo Walsh. Debido en parte a su trágica muerte a manos de la última dictadura, Walsh se convirtió en un referente para este sector del periodismo en los ochenta. Nacido en 1927, integró la generación que se consagró en los sesenta, con la que mantuvo fluidos vínculos. A lo largo de su carrera, sus ámbitos de inserción comprendieron tanto el mundo del periodismo, como el editorial y el de las agrupaciones políticas. En su trayectoria se articulan y complementan los roles del periodista, escritor y militante.
Su producción literaria y periodística –orientada al género policial, la novela y la investigación– lo convirtieron en una de las plumas indiscutidas del periodismo. Su primer éxito editorial, Operación Masacre –una investigación sobre los fusilamientos de un grupo de civiles perpetrados por el gobierno de facto autoproclamado “Revolución Libertadora” (1955-1958)–; publicada en 1957, fue considerada como la primera “novela de no ficción”, antes de que el género se volviera un modelo a seguir una década después, instaurado por la figura de Truman Capote en Estados Unidos (García Lupo, 2000; p. 21). A esta investigación periodística, le siguieron Caso Satanowsky, publicada en 1958, y ¿Quién mató a Rosendo?, en 1969. Las tres obras, que se convirtieron en hitos del género, fueron reeditadas en diversas oportunidades y por distintas casas editoriales. El vínculo de Walsh con el mundo editorial estuvo marcado, primero, por su labor como traductor y, luego, por su trabajo como colaborador de la editorial Jorge Álvarez. Esta casa de edición se convirtió en uno de los centros intelectuales de referencia y difusión de nuevos estilos y estéticas a fines de los sesenta (de Diego, 2016) en el marco del boom de la literatura latinoamericana. Jorge Álvarez publicó y le dio una importante difusión a las investigaciones periodísticas y textos literarios de Walsh (Lafforgue, 2000, p. 230)[5].
Walsh colaboraba en las revistas Panorama y Primera Plana y en el diario La Opinión. El pasaje por estas publicaciones evidenciada sus vínculos con la generación de los años sesenta y setenta y su impronta en este espacio político-intelectual. Luego, su participación en el periodismo comenzó a estar principalmente orientada por sus adhesiones políticas, hacia el mundo de la prensa militante. Gracias a él y otras figuras del mundo de la cultura y el periodismo, se conformaron una serie de emprendimientos de periodismo partidario, que hasta entonces no había tenido un gran desarrollo en el país. Aunque, en la mayoría de los casos, debido a las clausuras y censuras perpetradas por los distintos gobiernos de turno, estas publicaciones no gozaron de larga vida, sí tuvieron una impronta importante al generar cada vez más vasos comunicantes entre los ámbitos culturales y políticos, y propiciar noveles formas de intervención político-culturales a través de la expansión de un periodismo que hacía gala de su compromiso.
En 1959, Walsh fundó en Cuba la agencia de noticias Prensa Latina y formó parte de “Operación Verdad” junto a Rogelio García Lupo y otros escritores y periodistas latinoamericanos como Gabriel García Márquez y Carlos Aguirre. Esta agencia y este operativo tenían como propósito romper el bloqueo informativo al que estaba sometido la isla de Cuba. Tras su regreso a la Argentina a principios de los sesenta, en 1968, acompañado por Verbitsky como jefe de redacción, fundó el semanario CGT, asociado a un sector gremial heterodoxo del peronismo que se enfrentaba a los sectores más conservadores y ortodoxos, que controlaban la burocracia sindical. Walsh dirigió el semanario hasta su cierre en 1970. Como buena parte del mundo intelectual de esa época de radicalización política (Gilman, 2003), Walsh comenzó, iniciados los setenta, a supeditar cada vez más sus intervenciones culturales a los fines de la política revolucionaria. En 1973 abandonó las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), de las que participaba desde 1970, para pasar a integrar la agrupación Montoneros. Fundó y se convirtió en el redactor principal del diario de orientación montonera, Noticias, que antes de ser clausurado en agosto de 1974 –cuando la agrupación pasó a la clandestinidad– vendía alrededor de 130.000 ejemplares (Lafforgue, 2000, p. 233). En este diario también participó como jefe de redacción el poeta y periodista Juan Gelman, quien se había desempeñado hasta entonces como jefe de la sección cultural y de su suplemento en La Opinión y el periodista Verbitsky.
Una vez instalado el régimen militar en 1976, Walsh continuó con su tarea periodística y militante desde la Agencia Clandestina de Noticias (ANCLA) y la Cadena Informativa. A sus 50 años, en 1977, cayó en una emboscada realizada por un “grupo de tareas” de la Marina y fue acribillado. La carta abierta dirigida a la Junta Militar, en la que denunciaba los crímenes atroces que la dictadura cometía y que había enviado a distintos medios de prensa por correo unas horas antes de su muerte (Verbitsky, 2000), devino uno de los signos de la resistencia periodística a la dictadura[6]. Resignificada según los valores de cada época, la figura de Walsh se volvió, a partir de los ochenta, un objeto de apropiación y disputa para posicionarse frente a las distintas tradiciones del campo.
La clausura del “nuevo periodismo” durante la última dictadura y la emergencia del “periodismo de resistencia”
Durante los años de la dictadura, el periodismo gráfico no sólo se aferró a sus estándares establecidos, sino que vio cercenada toda posibilidad de innovación con la censura aplicada por el gobierno de facto y la autocensura que ejercieron buena parte de los medios masivos (Borrelli, 2010, 2011; Varela, 2001)[7]. Estas coerciones afectaron sobre todo a las secciones políticas de los diarios, al reducir el campo de análisis de la realidad, en términos de los temas y los ángulos desde los que podían ser tratados, al tiempo que se limitaba cada vez más el acceso a fuentes no oficiales. A su vez, estas secciones fueron las más afectadas en términos de despidos, reemplazos y recortes en el número de redactores (Sivak, 2013, Waisbord, 1995, entrevista de la autora con Eduardo Van der Kooy, 11/1/2017).
Durante estos años, el derrotero del diario La Opinión y también el destino de su director dan cuenta del derrumbe de estos proyectos y la bifurcación de las trayectorias de algunos de sus periodistas quienes debieron exiliarse. El diario fue uno de los blancos de ataque del gobierno de Isabel Perón (1974-1976), que lo suspendió en febrero de 1976, aunque no llegó a clausurarlo como sí lo hizo con otros periódicos[8] (Ulanovsky, 1997, p. 245-246). Con el inicio de la dictadura, después de que la Junta Militar prohibiera la circulación del diario durante dos días en enero de 1977, el 15 de abril de ese mismo año Timerman fue secuestrado por una brigada de infantería y mantenido en cautiverio durante 30 meses. En ese período permaneció en centros clandestinos de detención, fue interrogado y torturado, despojado de sus bienes personales y empresas periodísticas. Gracias a la campaña internacional promovida por el periodista Robert Cox, director del diario Buenos Aires Herald, en 1979 lo liberaron pero lo expulsaron del país (Mochkofsky, 2012, p. 311-312). Luego del secuestro de su director, La Opinión fue intervenida por el gobierno dictatorial y gran parte de sus periodistas abandonaron la redacción. Se siguió publicando hasta 1980, año en que los bienes del periódico se remataron.
Así, debido a las prácticas autoritarias que comprendían la represión ilegal y la desaparición de personas, muchos de los periodistas que habían participado de aquellas experiencias debieron restringir sus actividades en el ámbito local –a fuerza de practicar una suerte de exilio interno–, o bien se vieron forzados a exiliarse en el extranjero. Entre sus principales destinos se encontraron México, Francia y España; centros culturales en los que encontraron espacios de recepción. Allí se incorporaron a agencias de noticias y a distintas publicaciones periódicas, entre las que cabe destacar a Unomásuno, uno de los periódicos de la renovación de la prensa mexicana entre la década del setenta y la del ochenta, que incorporó entre otras tradiciones europeas y estadounidenses a la del nuevo periodismo (Quintero, 2011); a Le Monde, el diario que se constituyó en la referencia de profesionalismo y de independencia, a la vez que un espacio de conformación de la opinión pública, en el campo periodístico francés (Padioleau, 1985); y a El País, que fue uno de los grandes medios promotores de la transición española tras la dictadura franquista (Barrera, 2002; García Martín, 2013, pp. 117-122), en el marco de un proceso en que el periodismo se erigió como un “pilar” de la democracia.
En estos espacios de socialización, los periodistas argentinos se vincularon con estas tradiciones, que dialogaban con las aprehendidas en las publicaciones de los sesenta y setenta, e incorporaron valores profesionales relacionados a los roles que el periodismo puede ejercer en regímenes democráticos. Al mismo tiempo, participaron de redes de exiliados junto a escritores, intelectuales y científicos sociales provenientes de la Argentina y de otros países del Cono Sur que también se encontraban bajo regímenes autoritarios. Esta experiencia atravesada por los debates sobre la llamada "crisis del marxismo" y de los regímenes socialistas de Europa del Este llevó a cuestionar los posicionamientos políticos sostenidos en el pasado por estos actores. En particular, este proceso involucró la revisión del ideario revolucionario, como una manera de comprender el fracaso de sus propios proyectos políticos. Algunas fracciones de estas corrientes intelectuales tendieron a revalorizar los postulados de las teorías del liberalismo que marcaban un límite a toda forma de poder autoritario y que colocaban como horizonte a los derechos humanos (Casco, 2008; Franco, 2008; Patiño, 1997). Frente al “horror” perpetrado por las dictaduras del Cono Sur, la democracia emergía como la única forma de organización política que aseguraba el respeto a la vida (Lechner, 1990; Lesgart, 2003).
Para los periodistas exiliados esto supuso alejarse de los compromisos político-partidarios y retraducir su postura militante en una práctica a la que denomínanos como “periodismo de resistencia”. Alzando la bandera de los derechos humanos, se orientaron a gestar apoyos internacionales y a denunciar en el exterior el terrorismo de Estado, como una estrategia para quebrar el “círculo de silencio” generado por la connivencia de los grandes medios locales con la dictadura. Para difundir la información, se valieron de las redes de exiliados y de periodistas de las que formaban parte, y de los contactos que mantenían con quienes se habían quedado en el país (entrevistas de la autora con Carlos Alfieri, 18/9/2013; Carlos Ares, 10/7/2013; Carlos Gabetta, 19/3/2013).
Teníamos un diario, que se llamó Sin censura, que fundamos con Julio Cortázar, Osvaldo Soriano, Hipólito Solar Yrigoyen y Oscar Martínez Enborain. Este periódico lo financiamos nosotros, salieron cinco números nada más porque nos quedamos sin plata. Era 1979. La idea fue hacer un periódico que venía gratis en sobres cerrados, sin membrete, ni nada, para cinco o seis mil personas en Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia, donde había dictadura. Yo era el jefe de redacción y en el Comité de padrinazgo estaban Gabriel García Márquez, Ortencia Buzi de Allende, la mujer de Allende, estaba Nondaverbuis, que era el presidente de Amnesty Internacional. La publicación la financiábamos nosotros y una organización, una ONG católica de Montreal. Porque era muy complicado, el periódico lo hacíamos en París, hasta las películas. En esa época no había internet, o sea, yo hacía… teníamos las películas y yo mandaba las películas por correo, o sea que tardaba 4 o 5 días en llegar a Washington. En Washington, un compañero que era miembro del Consejo Fundador, Gino Lofredo, lo imprimía y lo metía en sobres de distintos colores, sabés, con una notita que decía “estimado ciudadano si no le interesa recibir este periódico”, para no responsabilizar a la gente local. Entonces venían tres mil a la Argentina, mil quinientos a Chile, mil quinientos a Uruguay y mil a Bolivia y a Paraguay. Ibamos consiguiendo el listado de lectores, de amigos, la gente nos mandaba direcciones. (Carlos Gabetta, entrevista con la autora, 19/3/2013)
Esta lógica de crítica y denuncia también alcanzó al periodismo argentino. La serie que se tituló “Miseria de la prensa en el Proceso”[9], publicada en la revista Humor en 1984 mostraba las relaciones de connivencia de periodistas y medios de referencia argentinos con la última dictadura militar.
Era una denuncia de [el diario] Clarín, [el diario] La Nación, Grondona, Neustadt, Escribano, todos. Fotografiado, lo que habían dicho, lo que habían publicado. Reproducción de títulos de tapa, todo (…). En ese momento, estaban todos lavándose la cara. Grondona de repente empezó a hablar de democracia, Neustadt también, “porque la democracia”, Clarín, La Nación, todos. Periodistas que habían apoyado abiertamente el Proceso se convirtieron en demócratas. Particularmente los dos personajes emblemáticos de este cambio de camiseta fueron Grondona y Neustadt. (Carlos Gabetta, entrevista con la autora, 19/3/2013)
En este sentido, muchos de estas figuras recién encontraron en la apertura democrática de los años ochenta la posibilidad de reinstalarse en la Argentina, retomar sus carreras y darle una nueva impronta a las tradiciones en las que se habían formado en un contexto sociopolítico diferente. En efecto, luego de la apertura política que comenzaba a perfilarse a principios de los años ochenta, este periodismo interpretativo y de opinión encontró algunos nichos donde desarrollarse y los periodistas que provenían de estos espacios fueron ocupando de manera incipiente posiciones más destacadas en su producción (Baldoni, 2024). Con ello dieron inicio a una tradición de periodismo de denuncia que luego se traducirá, en los años ochenta, en el desarrollo de libros políticos periodísticos sobre el terrorismo de Estado y que, en conjunto, contribuyeron al desarrollo del periodismo de investigación argentino (Baldoni, 2022).
Conclusiones
En resumen, los proyectos innovadores que cuestionaron el estilo informacional dominante del periodismo en los sesenta y primeros años de los setenta proponían revalorizar la función analítica e interpretativa de la profesión y asumir el carácter subjetivo de la producción periodística. Mientras que en Primera Plana esta postura se sostuvo desde la narración y el recurso literario bajo el modelo de la pluma, en La Opinión se basó en el estilo argumentativo y de tribuna, característico del modelo de un periodismo políticamente comprometido. Rodolfo Walsh sintetizaba estas dos corrientes a la vez que le dio un lugar predominante a la llamada prensa militante. Si bien en su momento de auge estas propuestas tuvieron una intensa repercusión en el campo periodístico, así como en los ámbitos intelectual y político, su impacto se vio truncado a partir del creciente espiral de violencia y el inicio de las persecuciones políticas hacia mediados de la década del setenta y, en particular, con la instauración del último régimen militar en 1976.
La censura implementada por la dictadura implicó un cierre de ciclo para el “nuevo periodismo” argentino. La mayoría de sus publicaciones fueron clausuradas y sus directivos y persiodistas perseguidos. Frente a ello, se constituyeron redes de exiliados que practicaron un periodismo de resistencia y de denuncia sobre las violaciones a los derechos humanos perpretadas por el terrorismo de Estado. Desde estas posturas, revalorizaron a la democracia y resignificaron sus compromisos políticos pretéritos. Recién con la reinstauración de la democracia, las formaciones intelectuales de periodistas que habían participado de las innovadoras publicaciones de los años sesenta y setenta pudieron regresar al país e incorporarse a nuevos proyectos periodísticos en los que dejaron su marca.
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Notas
Declaración de intereses